Dicen que ayer fue la mayor tormenta en Madrid en los últimos 50 años, y yo me acuerdo de algo que vivimos muchos de pequeño, las inundaciones del 83.
Yo era un niño de 7 años y recuerdo quedarme un día mirando llover desde la ventana de mi casa. Era 28 de agosto, el colegio estaba a punto de empezar y de repente el cielo cayó sobre nuestras cabezas, que dirían Asterix y Obelix.
Recuerdo esas horas mirando el río desbordado por la lluvia y por los torrentes que caían de los montes. El agua se desbordaba de las alcantarillas y aquello era un espectáculo en el que se celebraba cada barril estrellándose contra el puente.
Yo no sabía muy bien la gravedad de todo aquello, de hecho no fui muy consciente hasta los días posteriores.
Aquellos días el agua del grifo se volvió barro, los teléfonos dejaron de funcionar y apenas se sabía nada del exterior. Pero yo disfrutaba viendo árboles arrancados, estampándose contra el viejo puente.
Cuando por fin pudimos salir a jugar, el espectáculo era dantesco, trenes descarrilados, boquetes en la calzada, árboles caídos, paredes que ya no existían, puentes intransitables y barro, mucho barro.
Cuarenta años después, el ayuntamiento de Alonsotegi ha tenido a bien montar una exposición con las fotos de aquel episodio.
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